Recorrer por carretera los 1200 km que separan nuestra ciudad de acogida, Târgu Secuiesc (Rumanía), de Budva (Montenegro), supuso un auténtico desafío a la paciencia y a la destreza al volante. Si en el oeste de Europa un viaje de estas características conllevaría más de 10 horas, por las carreteras de Rumanía, Serbia y Montenegro, a lomos de un Dacia, la cifra se multiplica. Por ello, nuestra visita a Serbia no se planeó como un destino final en sí, sino que se convirtió en escala obligada en nuestra ruta hacia la costa de Montenegro.
La estancia en este nuevo país vecino se limitó a dos pernoctaciones: una a la ida, en la ciudad de Kragujevac, y otra a la vuelta, en el corazón del Parque Nacional Kapaonik. La brevedad de la estancia fue suficientemente intensa como para dedicarle esta pequeña entrada de blog y comprobar, de primera mano, el tremendo declive que ha sufrido el que fue en su día el motor económico de la antigua Yugoslavia.
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Furgón soviético |
Al cruzar la frontera nos llamó la atención la gran similitud con nuestra Rumanía, tanto en las carreteras como en los usuarios de la calzada: carros de caballos comparten carril con coches de alta y baja gama a partes iguales, con maquinaria agrícola... todos ellos sobre un pavimento, en numerosas ocasiones, muy deficiente. En este caso, los Dacias rumanos pasaron a ser Yugos -automóviles feos y pequeños fabricados en la extinta Yugoslavia-.
Dejando atrás las grandes montañas del Parque nacional Cheile Nerei-Beuşniţa en Rumanía, Serbia nos recibió con un paisaje bastante homogéneo. La gran llanura de Panonia, principalmente destinada a la agricultura, se alternaba con zonas industriales presididas por viejas fábricas abandonadas, así como grandes núcleos rurales dónde los niños aún juegan en la carretera.
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Naves con una gran cantera al fondo |
Fue curioso observar como un elevado número de casas -todas ellas habitadas a juzgar tanto por el mobiliario como las ropas tendidas en los balcones-, se encontraban sin revestimiento, luciendo unos bastos ladrillos de obra que no llegamos a comprender muy bien si se trataba de motivos estéticos, o simplemente carencia de presupuesto.
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Territorio serbio fronterizo con Kosovo al fondo. |
En Kragujevac, una de las principales ciudades del país (4ª en población), se respiraba un ambiente juvenil y despreocupado, nada que ver con el paisaje rural que nos habíamos encontrado por el camino. En esto también encontramos gran parecido con Rumanía: aún existe un gran abismo de recursos entre las capitales y las zonas menos desarrolladas, fruto de tantos años bajo la órbita comunista.
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Barrio sur de Kragujevac |
A medida que nos fuimos acercando a la frontera montenegrina el paisaje se fue volviendo progresivamente mas abrupto.
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Río Gran Morava en Serbia |
Aunque en nuestro itinerario de ida no encontramos paisajes de montaña, Serbia, como todos los Balcanes en general, presenta una importante orogenia. En el viaje de vuelta planeamos la escala en el Parque Nacional de Kopaonik, justo en la frontera con Kosovo. Este Parque Nacional presenta uno de los bosques de Pino negro (pinus nigra) mejor conservados del país, así como gran biodiversidad: perdiz griega, autillo, alcaudón o totovía son sólo algunos ejemplos de aves que encuentran su refugio aquí.
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Viviendas residenciales en Kapaonic National Park |
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Bosque de Picea en Kapaonik |
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