Nuestro último destino en Montenegro fue la capital: Podgorica. Después de haber disfrutado tanto en este país, su capital fue una total decepción. En contraste con el resto del país, Podgorica nos recibió con un vestido triste, feo y descuidado, que poco o nada tiene para ofrecer a un turista fugaz, que en dos horas está mirando el reloj. Paseando por sus calles encontramos una colección de bloques de hormigón en tonos grises, gemelos en arquitectura y con huecos a modo de ojos secos que parecen haber renunciado a una vida en la que no encontraron nada digno a lo que mirar.
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Puente del Milenio en Podgorica |
Aunque se trata de una ciudad relativamente pequeña -alrededor de 150.000 habitantes-, no justifica el hecho de no encontrar ni un resto de vida por las calles; la falta de locales de ocio y vida dan a la ciudad el aspecto de un gran estadio de fútbol vacío, con la diferencia de que el estadio al menos se llena una vez por semana.
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Río Morača |
Por destacar algo, casi olvidado entre los descampados urbanos, encontramos el puente romano, el más antiguo de Podgorica. Aquí, aunque el paisaje era bastante natural, el río traía en suspensión mucha basura, algo que no desentona con el espíritu de la ciudad.
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Puente romano de Podgorica |
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Río Morača al lado del puente romano |
Caminando por la orilla del río y tras cruzar el puente del milenio -uno de los símbolos de la capital montenegrina-, un perro callejero se pegó a nosotros ávido de compañía, -parece que en esta ciudad fantasma hasta los perros se aburren-. Junto a nuestro compañero sarnoso llegamos a un parque desamparado. Allí, nos llamaron la atención un par de esculturas; una en memoria al cantante Vladimir Vysotsky, icono de la música rusa, y otra dedicada a "El oro", la danza tradicional montenegrina que se baila subidos unos sobre otros al estilo "castell".
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Escultura en honor al cantante Vladimir Vysotsky, icono de la música rusa. |
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Escultura que representa la danza tradicional montenegrina, "El oro". |
Aunque habíamos pagado el parking por 3 horas, nos sobró tiempo. Es una pena que con el potencial que tiene este país, así como el glorioso porvenir que le espera en los próximos años, aún tenga una capital tan olvidada y falta de atención. Al fin y al cabo eso es lo único que marca la diferencia entre un lugar que te hace sentir bien y otro, como en este caso, que te quita las ganas de volver.
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Atravesando en puente del milenio con el coche |
Una vez en ruta de vuelta a Rumanía, numerosos tenderetes colocados en las cunetas ofertaban un surtido tanto de frutas de estación como de higos secos -en su versión natural o recubiertos de azúcar glas-. En un principio no sabíamos qué vendían. No fue hasta que nos decidimos a parar y comprobar que era realmente eso que se parecía a un "collar de gominolas", cuando descubrimos este manjar montenegrino. Por 5€ la ristra tuvimos higos para todo el viaje.
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Puesto ambulante en Montenegro |
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Ristra de higos deshidratados |
Fue un auténtico placer conocerte, Montenegro. Volveremos a vernos... aunque la próxima vez prescindiremos de ti, Podgorica. Fea.
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