Desde su adhesión a la UE en 2007, no ha habido
milagros económicos y las fábricas destartaladas en los bordes de las
carreteras del interior del país, no evocan precisamente opulencia. Pero en la costa, el
escenario es bien distinto. Durante los últimos años, el gobierno ha destinado
fondos y esfuerzo a la promoción del turismo, y aunque los precios en las zonas
turísticas son superiores a la media del país, sigue siendo un destino
asequible para viajeros de bajo presupuesto.
Veraneante paseando por la ciudad vieja de Sozopol |
Su extenso litoral tiene gran reputación entre
turistas del este de Europa y Rusia, pero para nosotros seguía siendo un
completo desconocido. Aunque muchos complejos han empezado a competir
directamente con el turismo de España o Grecia, aún quedan muchas playas de
arena fina, poco frecuentadas, sin sombrillas ni motos de agua ni hoteles en
primera línea de playa.
Escena de playa típica de la costa búlgara |
A ritmo de chalga, a lo largo de su costa nos sumergimos en una cultura milenaria
de vino, gastronomía, artesanía y música. Descubrimos joyas arquitectónicas
como el palacio de Balchik a orillas del mar, pueblos pintorescos como Nessebar
o Sozopol, y naturaleza viva en sus playas vírgenes del sur o el cabo Kaliakra.
Intentando descifrar
el alfabeto cirílico y atravesando infinitos campos de girasoles a ambos lados
de la carretera, llegamos a nuestra primera parada, el cabo Kaliakra. Rodeado de
leyendas, Kaliakra (“hermoso”) es una punta de 2 km de longitud, la más extensa
de la costa búlgara y la única Reserva Natural que protege parcialmente el mar
Negro, hasta 500 m mar adentro donde conviven más de 300 especies de aves.
Arco de piedra en la carretera que llega hasta el final del cabo |
Escultura en el extremo del cabo Kaliakra |
Antigua ciudadela en ruinas del cabo Kaliakra |
Una vez en la reserva y gracias al madrugón para evitar problemas en la frontera, llegamos con las primeras luces del día. Para alcanzar el extremo del cabo, desde el parking, se atraviesa por las ruinas de una ciudadela del S. VIII. Allí, una invitada especial nos dio la bienvenida: una tortuga Testudo graeca a la que se le había complicado la noche.
Tortuga mora en Kaliakra, dentro del límite protegido por la reserva Natural de Kaliakra |
Desde el extremo del cabo, la panorámica de
360º es espectacular. Cuenta la leyenda que 40 mujeres jóvenes y hermosas que temían a la esclavitud a manos de los turcos, ataron entre sí sus largas melenas y, cogidas de las manos, se lanzaron por este acantilado.
Monumento dedicado a las mujeres que saltaron por el acantilado, según el mito local |
Continuamos la carretera hasta llegar a Balchik. Esta ciudad pequeña y hermosa, se encuentra alejada de la dinámica de grandes complejos turísticos artificiales. La principal atracción de la ciudad y nuestro principal objetivo fue su palacio junto al mar, con su impresionante jardín botánico.
Al llegar, la entrada nos pareció un poco cara (unos 10€), pero una vez dentro, cada Leva pagado mereció la pena. Para llegar
al palacio hay que cruzar un extenso jardín botánico con vistas al mar,
compuesto por más de 600 especies repartidas a lo largo de
diferentes jardines temáticos. Aunque cada uno tiene un encanto especial,
destaca su impresionante colección de cactus.
Colección de cactus pequeños |
Colección de cactus en Balchik |
Cactus grandes en el jardín botánico, a orillas del mar Negro. |
Bodega del Palacio |
Dentro del complejo se encuentra un molino,
una capilla, un río con una pequeña cascada, y una bodega dónde tuvimos la
suerte de catar algunos de los vinos más exclusivos de la región. Los
excelentes vinos de Bulgaria, con una tradición vinícola que se remonta a los
tracios, están cada vez más presentes en los supermercados extranjeros.
En cuanto al palacio, se trata del palacio de
verano de la reina María, esposa del rey Fernando de Rumanía, y se dice que por
los jardines del palacio paseaba con su joven amante turco. El pequeño
palacio desluce un poco al lado de los jardines, pero el estar situado junto al
mar le da ese toque de elegancia.
Palacio de Balchik |
Decoración interior del Palacio de verano de la Reina María |
Continuamos nuestra ruta hasta encontrar un
camping para pasar la noche. Lo encontramos en Obzor, una pequeña localidad costera que en verano alcanza su
máximo esplendor gracias, en gran parte, a los grandes complejos hoteleros que
invaden la zona. El ambiente de familia "cutre" que invade su kilométrica playa durante
el día y su extenso mercadillo durante la tarde, no invita a quedarse más de un
día.
Playa de Obzor |
A la mañana siguiente, pusimos rumbo a Nessebar, una de las joyas del viaje.
Este peñón unido al continente por un istmo artificial, declarado Patrimonio
Mundial, se encuentra repleto de numerosas iglesias medievales que se hallan casi en
ruinas. La ciudad antigua en verano se convierte irremediablemente en un enorme
mercado de Souvenires, ya que el turismo se ha convertido en el único motor financiero de la
zona.
Istmo artificial que da acceso a la antigua ciudad de Nessebar |
Tienda típica de Souvenires |
Caminando por sus coloridas calles adoquinadas nos encontramos con
algunas de las iglesias que aún se conservan de las más de 80 que llegó a tener
durante el S. XIX.
Iglesia de Cristo Pantocrátor |
Iglesia de los arcángeles Miguel y Gabriel |
Antigua fuente de la ciudad de Nessebar |
De entre la amplia gama de baratijas ofertadas
para turistas, destacan algunas tiendas de buen gusto. Bulgaria posee una
antigua tradición artesanal de pintura de iconos e imágenes eclesiásticas,
elaboración de alfombras con famosos diseños de pájaros y flores, así como una
ancestral tradición de cerámicas, con el característico estilo Troyanska kapka (traducido literalmente
como “gotita troyana”).
Artesanía típica búlgara decorada con "gotita troyana" |
De nuevo en ruta hacia nuestro último destino,
pasamos por Burgas, la ciudad portuaria más importante de la costa sur de
Bulgaria. Una ciudad industrial, con una historia que se remonta a la antigua
Grecia, pero sin un atractivo especial más allá de su amplia oferta de
servicios y ocio.
Panorámica de la ciudad portuaria de Burgas |
Dejando atrás Burgas, llegamos a Sozopol, el
asentamiento más antiguo de la costa búlgara y último destino antes de
emprender la vuelta a casa. A escasos 5 km de la ciudad, acampamos las dos últimas noches y,
a los pies del camping, descubrimos un auténtico paraíso; Las playas de arena
del sur de la ciudad recorren varios kilómetros ocupadas exclusivamente por las
caravanas y las tiendas de campaña que conviven con dunas y matorrales. Los
grandes hoteles no tenían cabida en una vasta extensión prácticamente virgen,
con aguas tranquilas, poco profundas y de temperatura agradable.
Iglesia Sveta Borgoditsa |
Desde aquí, en excursiones diarias, visitamos la ciudad vieja de Sozopol. Con
sus sinuosas calles adoquinadas y hermosas casas de madera en una península estrecha,
se convierte, por méritos propios, en uno de los puntos más destacados de la
costa.
Entre sus principales puntos de interés destaca la pintoresca iglesia de Sveta Borgoroditsa construida en el S. XV por debajo del nivel de la
calle, tal como exigían los mandatarios otomanos.
Panorámica de la ciudad vieja de Sozopol |
Aquí pudimos disfrutar de la gastronomía
callejera búlgara, la cual presenta un gran parecido con la rumana, a excepción
de que aquí, casi todo se acompaña con queso. Teniendo en cuenta que solo hay
dos quesos típicos el Sirene (tipo
feta) y el Kashkaval (fuerte), es increíble el partido que se le saca.
Calle típica de tiendas de Souvenires y puestos de comida |
Por otro lado, descubrimos que, según los
búlgaros, el yogurt es un invento suyo y, de hecho, la bacteria empleada para
su elaboración se llama Lactobacillus
Bulgaricus, en honor a su origen.
Con la última puesta de sol, en la playa más
espectacular del viaje, nos sumergimos por última vez en este mar Negro, antes
de saldar los más de 600 km que nos separaban de nuestra casa en Transilvania.
Mar Negro búlgaro |
Texto: Enrique de Paz
Fotografía: Silvia Blanco
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