Aunque en un primer momento no estaba entre nuestros planes
cruzar la frontera, tomando una cerveza en la Plaza Unirii de Iasi, decidimos
alterar ligeramente nuestro itinerario inicial al percatarnos de lo cerca que
estábamos de la capital del país vecino (140 km); aunque la realidad sería bien distinta.
Despidiéndonos de Iasi por el retrovisor de nuestro Dacia Logan de alquiler,
pusimos rumbo hacia uno de los países menos visitados del mundo. Con un tamaño
apenas superior a Cataluña, Moldavia presume de ser el séptimo país en
exportaciones de vino, además de tener las bodegas más grandes del mundo de
estos caldos. Circulando por sus carreteras, uno se pierde entre los infinitos
viñedos que custodian ambos lados del asfalto, rememorando las
nacionales de la comarca de la Ribera de Duero.
Letrero a la entrada de Moldavia |
Aunque el idioma moldavo es una ligera variación del rumano, en Moldavia descubrimos que cualquier otra coincidencia con el país de Drácula es pura coincidencia. Rumanía, si por algo presume, no es desde luego por su excelente red de infraestructuras de transporte, de hecho, es destacable el mal estado de la mayor parte de sus carreteras, por no entrar a hablar de su sistema de infraestructuras ferroviarias. Pero una vez en Moldavia, las carreteras rumanas pasaron a ser una fantasía. Si en Rumanía uno puede encontrarse fácilmente hoyos entre el asfalto, en algunos tramos de Moldavia, fue casi imposible encontrar algo de asfalto entre los hoyos.
Si sumamos el hecho de que la Policía de frontera nos detuvo para pedirnos alguna que otra explicación sobre nuestras intenciones en el país moldavo, salvamos los 140 kilómetros de distancia que separan Iasi y Chisinau "solamente" en unas 7 horas.
Centro de Chisinau |
Un vasto mercado de 5 manzanas colapsa cada día la ciudad. Repartido entre locales cerrados y puestos callejeros, uno puede encontrar un surtido abanico de productos de segunda mano, ropa o informática, todo conviviendo con la mayor oferta de productos alimentarios; desde la más amplia variedad de frutas, verduras y legumbres, hasta queso o pescado fresco que conservan en cubos de agua. Respecto a los productos cárnicos, se pueden ver filetes y cabezas de animales en mesas al aire libre sin ningún tipo de refrigeración. Un inspector de sanidad en el mundo occidental saldría despavorido de allí.
Arco del Triunfo |
En el primero, encontramos el Arco del Triunfo y la principal catedral de la Iglesia Ortodoxa Rusa: La Catedral
de la Natividad.
Cruzando la avenida, llegamos al Parcul Stefan Cel Mare, el parque más
antiguo de la ciudad. Con su entramado de paseos y fuentes, es un lugar tranquilo para el disfrute de niños y jubilados.
Siguiendo nuestro paseo, encontramos varias iglesias ortodoxas con estilos y colores particulares; destacan los extravagantes tejados azules
que predominan a lo largo del país.
Paseo central del parque Stefan Cel Mare |
Iglesia ortodoxa con tejado azul |
Tras comer una Placinta y tomar un café en Malldova (primer
centro comercial del País que abrió sus puertas en 2008), nos dirigimos de nuevo a
la frontera para tratar de llegar a Rumanía. Pero antes, aún tendríamos que
experimentar en nuestra piel la corrupción más rancia que varea el país. Tras
cometer una supuesta infracción al pisar una inexistente línea continua con
nuestro coche, la policía nos detuvo. Con unos modales bastante rudimentarios, nos ofrecieron la retirada de la multa de 80 euros a cambio de todo el dinero que tuviéramos encima,
de lo contrario, no podríamos abandonar el País. El azar quiso que en la cartera solo lleváramos 20 lei moldavos (algo menos de 1 euro), por lo que nuestra única
salida fue intentar llegar a un acuerdo verbal. Tras una áspera conversación de una
hora en el asiento de nuestro destartalado Dacia Logan, y tras recalcar nuestro
papel de voluntarios en el país vecino, comprendieron que realmente no
disponíamos del dinero, accediendo a dejarnos marchar.
Dejando atrás la capital, nuestro único objetivo era llegar a la frontera sin incidentes.
Pero Moldavia, ese país de contrastes, aún nos tenía reservada la última
sorpresa. En una de sus carreteras llenas de baches, nuestro coche empezó a perder
potencia y a sonar como si de repente, el motor de un Porsche se hubiera colado bajo el capó.
Rápidamente comprendimos que se nos había roto el tubo de escape.
Conduciendo por Moldavia |
Cuándo finalmente conseguimos poner los pies en tierras rumanas, nos sentimos como en casa.
Pensamos en poner fin a nuestro viaje, pero estábamos a 100 km del Delta del Danubio, el plato
fuerte de nuestra ruta.
Poniendo un punto y final a nuestra incursión por Moldavia, descubrimos
que se trata de un país al que le queda mucho camino por recorrer.
En el momento... cruzar la frontera pudo parecer una gran idea, pero a día de hoy, aún mostramos un ligero escepticismo cuándo nos preguntan qué tal por allí. De todo se aprende.
Al menos no fue un viaje intranscendente! impresionante lo de la multa. Gran narración. Un abrazooo. Javi, Luanco.
ResponderEliminarGenial!
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